domingo, 11 de marzo de 2012

Asesinato en Ordoño II Street

Hola queridos lectores!!! Bueno, aún no se ha secado la tinta negra del boli, y ya estoy aquí tecleandoos este nuevo relato. Si alguno se pregunta por este inusitado hecho que es el que escriba tantos relatos (creézme, normalmente soy más vaga), podrá hallar la respuesta entrando en la página web de Coca-Cola y posando sus ojos en el apartado que dice "Concuros de relato corto Jóvenes Talentos". Y como estoy apuntada a este concurso, cuya prueba se celbrará el día 23 de marzo, la profe de Lengua me ha dicho que me ponga a escribir relatos como si fuera Lope de Vega. Que la lectura os propocione un buen rato, y si puede ser, unas risas. By Carmen :D

                                                   Asesinato en Ordoño II Street


Nunca le gustó. Desde el día en que llegó a casa. Era demasiado adorable para quererlo. Pero los demás no pensaban igual. Total, no daba mucho trabajo, solo ponerle la comida. Por la mañana, cuando su familia no le visitaba y las calles estaban vacias, se sentía el rey de la casa. Solo él y su enemigo. Todos los días, al levantarse, le cuidaba. Le pondía la comida como se la pondría su madre. Le atendía en todo lo que necesitaba. Aún se preguntaba como su enemigo no le odiaba. No debía de ser muy cómodo tener unos ojos clavados en cada movimiento.
Si alguien le hubiera preguntado a Tomás Buovilla por qué no le gustaba del nuevo inquilino, no habría sabido qué decir. Tal vez porque le había robado a su familia, quizás por aquellos aires de superioridad que tenía. Pero nadie se lo preguntaba. Tomás Buovilla casi nunca salía de casa. Tan solo para comprar diariamente el periódico. Por eso a su hijo se le había ocurrido traerle a él. Compartir el piso con aquel ser era lo último que el señor Buovilla hubiera querido. Por eso decidió matarle.
La primera vez se esforzó mucho en la preparación, tal vez demásiado. A Buovilla le encantaban las novelas de asesinatos. Adoraba aquella precisión con la que los asesinos mataban a sus víctimas. Y Tomás Bouvilla no quiso ser menos.
Se levantó temprano, antes que su compañero. Desayunó frugalmente y dejó los cacharros sucios en el lavabo. Luego cogió un cable de la electricidad de sus tiempos de electricista y lo ató entre una toma de la corriente eléctrica y la pata de una silla. Se aseguró de que por el cable pasaba suficiente corriente eléctrica para matar, por lo menos a alguien medianamente débil. Detrás, en la mesa, colocó el desayuno de su enemigo. Aquel día dejaría de compartir su casa. Borró las huellas con el paño de la cocina cuidadosamente. La verdad, nunca le habían gustado los tipos como el nuevo inquilino. Se puso el abrigo. De un viejo cualquiera a un asesino. Cogió la bolsa de la basura.  Nadie sabría que había sido él. Cerró la puerta.
Cuando volvió, cinco horas después, esperaba encontrase al nuevo inquilino tirado en el suelo, elesctrocutado. Y sin embargo, allí estaba el maldito, dormitando en su vieja butaca. Tomás Buovilla corrío a la cocina y descubrió el desayuno intacto.
Aquel fue el primer eslabón de una cadena de asesinatos fallido. Cualquiera habrí dicho que tenía siete vidas. Sobrevivía a todo. Axfisia, ahogo, quemaduras...hasta que el señor Buovilla se hartó. Decidió matarlo a sangre fría. Al fin y al cabo, lo que importaba era verlo muerto, ¿no? Porque Tomás ya no soportaría una tarde más en la que su nieta haría caso al nuevo inquilino y él se quedara leyendo, como un viejo gruñón. Por cierto, ya debía de estar a punto de llegar...
El nuevo inquilino estaba sentado en su butaca, viendo la televisión. Tomás Buovilla abrió el cajón de los cubiertos y sacó el cuchillo más afilado qeu tenía. Se aproximó a su víctima. Allí acabaría su desgracia. "Pagarás caro por robarme a mi familia" Si esa vez no lo conseguía, acabaría por volverse loco. Levantó el brazo empuñando el cuchillo. Por la ventana se colaba paulatinamente un rayo de sol. Pronto la ventana estaría manchada de sangre. Ya nada podía parar a Tomás Buovilla. Iba a matar de una vez por todas a aquel maldito gato.
Entonces, cuando el brazo del hombre mayor que estaba en aquel salón se aproximaba a la velocidad de la luz hacia aquel gato color canela, cuando el tiempo se fundía en el espacio, se oyó como se habría una puerta.
- ¡No! ¡Abuelo, no mates al Señor Bigotes!

Tomás Buovilla siempre se reía mucho cuando se acordaba de aquello. ¡Él, un asesino! ¡Él, matando sangre fría! Todos reían cuando aquel apacible anciano les contaba aquella vieja historia, mientras acariciaba a uno de sus siete gatos.
                                                        PUNTO Y FINAL. 

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