domingo, 19 de mayo de 2013

Discurso sobre la diferencia.

Hola queridos/as lectores/as!!! No se si a vosotros también os está pasado eso de asomaros al calendario y caerse por un precipicio de vértigo que desemboca en junio. Cómo os lo cuento. Otro añico más con ese agujero negro que mezcla el estrés académico de los exámenes y las ganas de pasar toda la tarde fuera de casa. Y no sé por qué, en medio de este panorama, a mí me da por hacer un ensayo con bastante de declaración de principios sobre algo que considero fundamental: ser tú mismo. Me ha servido para la sesión de crítica social de Cartapacio, y como creo que es un buen texto, entre infumable y apasionado, os lo dejo para que se os encienda la voz leyéndolo. Recomiendo encarecidamente leerlo con atención...By Carmen:D


Una y muchas más veces he conocido y conoceré a gente que se ha apartado con prudencia de mi, alegando que soy extraña, rara, no se, diferente. Sí, reconozco el delito y salgo a la calle, voy al instituto, paseo por sus impaseables pasillos durante un cambio de clase, y me enorgullezco de llevar la diferencia en cada hilo de mi ropa, en cada bolígrafo de mi estuche y cada palabra de mis pensamientos. ¿Por qué todos tenemos que llevar la misma ropa, las mismas zapatillas, la misma marca, pensar lo mismo, decir lo mismo, hacer lo mismo, expresar lo mismo, sentir lo mismo? Es algo tan viejo, tan aprovechado, que ya no extraña a nadie. Es triste.

En la única sociedad que conozco, porque puedo participar en ella, o sea, en una clase de instituto, tu identidad no tiene ningún valor hasta que enseñas tus Vans, sacas tu movil, dices tu ración estupideces diarias y declaras cual es tu Tuenti. No vales nada hasta que no te identificas con el grupo, y aún cumpliendo los requisitos mínimos eso no te abre las puertas a ninguna especie de paraíso de la aceptación. Todo aquel que acepta ser del grupo, a seguir ciegamente lo que alguien diga, paga por ese derecho de integración con su personalidad, sus ideas propias. Hay que renunciar a tu propia creatividad, independencia y capacidad crítica. ¿Cuánto vale para nosotros ese sentimiento de igualdad, para que estemos dispuestos a pagarlo con nuestra misma esencia?
 
La diferencia es, ha sido y será una cualidad única del ser humano, defecto para muchos, y en mi opinión nuestra mejor virtud. Es algo que nos perseguirá siempre, porque siempre habrá alguien que quiera, pueda y consiga hacer algo diferente, pensarlo, idearlo, propagarlo, ponerlo en marcha, entusiasmar y sacar adelante a todos los demás que, sencillamente, se dejan llevar por el líder de turno. Es nuestro método natural para renovarnos, para que alguien coja el relevo y siga adelante. Toda evolución ha sido llevada, en contra de la actitud general, por una minoría. Somos el resultado de una diferencia respecto al resto de la naturaleza, no mejores ni peores que ellos, solo diferentes, y aquí estamos, intentando borrar nuestras propias diferencias.

Y sin tanta grandilocuencia, sabed sencillamente que todos y cada uno de nosotros somos diferentes, únicos e irrepetibles. Tenemos derecho a ser diferentes, a vestir de otra forma, a escuchar otra música, a pensar de otra forma, a decir otras cosas, a ver la vida de otra forma, a sentir lo mismo de diferente manera, a llevar la contraria a la mayoría, a tener nuestras propias ideas, creer en ellas y realizarlas. Ser diferente es algo aplicable a cualquier acepción, desde lo meramente superfluo a lo que nos construye como personas, a nuestra ética. Ser diferente es algo que, sea en la forma que sea, nunca será una desgracia. Jamás debemos pensar que estaría mucho mejor si siguiéramos el rebaño, que quién me habrá mandado a mí defender aquella opinión si total, eso a mi no me va ni me viene, y el que lo propuso no cuenta con el apoyo de nadie y ya se sabe como acaba esto…
Por ser diferente se puede sufrir mucho, durante mucho tiempo, por ser diferente te pueden discriminar, marginar, odiar, encarcelar, repudiar, separar, represaliar, acallar…Ser simplemente tú mismo en un mundo que se esfuerza, día y noche, porque seas como los demás significa librar la batalla más dura que un ser humano puede librar; una batalla que no cesa jamás.
Ser simplemente tú mismo significa soledad y desesperanza muchos días, pero eternidad y autonomía al final de tu vida.  Y aún así, esa soledad no es perpetua: alguien que vuele no volará siempre solo, porque siempre podrá enseñar a alguien a volar. Ser diferente es algo con lo que se nace, pero también algo que se aprende, da igual la edad o el contexto. Ser diferente no es decir “yo soy diferente a los demás, todos vosotros no valéis para nada”, ser diferente es tener tu propia opinión, defender la opinión de aquel con el que estás de acuerdo aunque todos piensen lo contrario, y defender el derecho a opinar lo que quieran los demás aunque tú no estés de acuerdo. Ser diferente es tener unos valores éticos, y caer tú antes de que caigan esos principios. Ser diferente es atreverse a ser original desafiando los criterios establecidos, a tener tu propio criterio, a probar con algo nuevo arriesgándose a no agradar a todo el mundo. No ceder nunca, no renunciar nunca a uno mismo.

Ser diferente es comprometerse con uno mismo y con los demás, para levantarse cada día y sentir que puedes enfrentarte al mundo y ganarle. Os pregunto: ¿Por qué ser iguales pudiendo ser diferentes? ¿Por qué ser gente pudiendo ser personas?

domingo, 12 de mayo de 2013

Feliz día del e-book.

Hola queridos/as lectores/as!!! Yendo a lo que nos interesa: queda un mes exacto y dos días de clase "oficial", y es cuando toca empezar a estudiarse esos libracos a los que puede que no hayas mirado en todo el curso. Por ello no mismo y no falta de ideas, hoy os dejo mi relato para la última sesión de Cartapacio, allá por el día del Libro (23 abril). Disfrútenlo, yo voy a batallar contra las matesmáticas. By  Carmen:D

Feliz día del e-Book.


Los del aula 209 son unos cafres. Unos trogloditas, unos dementes escapados del manicomio, unos torturadores de primera. Dos meses les sobrarán para acabar de mutilar la voz de este pobre diccionario, si es que no decido suicidarme antes. Maldito sea el momento en que alguien con un sentido del humor pésimo decidió hacerme de celulosa y tinta, y no de cualquier otro material. Aunque fuera un apestoso plástico made in China. No, cualquier cosa menos tinta y papel. Y además, diccionario. Repetido con obsesión desde hace siglos, inexpresivo a pesar de todo. Laberíntico, abarrotado de palabras y abreviaciones. Es el único libro que se sigue imprimiendo que necesita un tema dedicado a entenderlo en las clases de Lengua del colegio, según me han contado viejas amistades intentando animarme.
Pero no, yo se bien de las verdades de este mundo. Sé lo que es la ignorancia porque me he aburrido de leerme a mi mismo para matar mi ignorancia y sin embargo medio mundo ignora que existo. Si todos mis hermanos murieran y yo me salvara, esa sería la única manera de que mi agonía acabase; pero temo ser demasiado vago para el dicciocidio a gran escala.

Entendedme, mi vida es la más aburrida que podáis imaginar. Bendita sea la clase en la que alguien abra este cajón maltrecho que es mi casa desde que me abandonaron en este varadero de bárbaros. Ahora, después de ocho meses juntos ya prefiero esconderme. Si algún día tuve ganas de resistir con dignidad ante las tizas, las tijeras, los papeles, los bolígrafos y hasta los mecheros, todos ellos aerodinámicos; ahora las he sustituido por una pasiva resistencia a base de miedo y desesperanza. Otros años, en cursos más pequeños, tan solo se dedicaban a escribir nombres de compañeros o profesores a lado de la definición de “subnormal”.

Mi jornada comienza cuando las luces de la clase se encienden, las persianas se levantan con resaca, las sillas se mueven y mochilas caen como sacos encima de las mesas.  Ellos llegan, enormes, sin hojas y con tinta roja. Tinta corrupta, sucia,  llena de mil sustancias, pero tinta al fin y al cabo. Eso sí, nada que ver con mi tinta de primera calidad. Luego suena ese timbre, como venido de otro mundo, y todo muere. No se lo que pasa en ese tiempo. Calculo que será más o menos una hora, y no se que hacen todos esos individuos metidos en cajas de ladrillo durante una hora. A veces oigo una voz no tan alterada como la suya cerca de mi cajón, y algún golpe seco, pero nada más. Creo recordar alguna hora especial, en la que unas manos me sacaban del cajón y me tendían a otras más jóvenes, me hojeaban, leían algo en voz alta y me cerraban. Pero esto habrá pasado solo una o dos veces.  A media mañana, se produce el silencio más sobrecogedor de todos, y ya no se oye ninguna voz. Empiezo a creer que prefería haber donado algo de mis soberbios conocimientos a cambio de unas piernas para moverme. Medio día más de extraños silencios, y a la tarde se oye como si un fantasma entrase, y luego se va con el mismo sigilo con el que llegó.

Y ya está. No pasa absolutamente nada más. Pero si alguien se ha creído que ahora me voy a callar, siento decepcionarle. Ardo en deseos de contar el feliz acontecimiento que hace una semana hizo que me abandonar a las fauces de la muerte. Unas de esas manos tan odiosas me sacaron, y ya no me volvieron a meter en el cajón. Me dejaron ahí tirado, encima de la mesa, y entonces por primera vez en mi vida vi el mundo detenidamente. Les vi las caras, esas caras tan feas, llenas de imperfecciones, contraídas y simiescas. No tengo ni la menor idea de qué serán esos bichos, ni de qué extraña relación podría unir su especie y la mía, pero estoy seguro de que jamás han hecho algo por el bien de los celulosos. Es imposible que nuestras razas hayan trabajado juntas alguna vez.  Así que creo firmemente que ese cartel que decía, tal y como pude leer, “Día del Libro”, era una mentira más. Sus libros habían sufrido tal genocidio, como sabe cualquiera, que honrarles con un día era un insulto.
 Les miro siempre con asco y desprecio, porque está claro que si soy yo el gran guardián del conocimiento y las palabras, también debería de ser yo la especie que les dominase a ellos, y no al revés. Algún día alzaré a mi pueblo para acabar con esta dictadura, y cuando hayamos machada a todos los “tinta roja” podré librarme tranquilamente de mis hermanos diccionarios; porque yo solito me basto para abarcar todas las palabras. Todos harán colas infinitas para leerme y seré conocido en el mundo entero. Seré majestuoso, divino, perfecto, puro.

El diccionario del aula 209. Nuestro diccionario. Descanse en paz.
Ah, ¿pero qué oigo? ¿Es ese el infernal sonido que marca el final de los silencios? ¿Pero qué hacen estos incultos simios, por qué se levantan? ¿Adónde van, qué gritan? ¡Ah, sus manos vienen hacia mi! ¡No me toquéis con vuestras sucias manos, parias, apartaos! ¿Qué hacéis infelices, desgraciados? Todo da vueltas, vuelo por la clase entre las tizas, las tijeras y los estuches. Las caras de mis torturadores cambian muy rápido, todas ríen, demoníacas, psicópatas. ¡Vade retro, Satanás; alejaos! No, mis hojas no, mis relucientes hojas no. Perros, canallas, ineptos: arderéis en el fuego de los ignorantes. Ah, tan solo me queda un triste lomo, vacío, raído y unas cuantas páginas. Además son de las letras x, y y z. Qué desgracia. ¿Es eso una ventana abierta? Veo vuestras intenciones, traidores, no os atreváis. No, no me soltéis. La luz del sol me deslumbra y cruzo volando la ventana. El mundo se agolpa en mi mirada de una sola vez y no consigo identificar nada preciso. Solo ese aquelarre que continúa en el aula 209, entre saltos y gritos. Tienen que estar poseídos por el diablo, es la única explicación. Que sepáis que me he acordado de vuestra madre. Yo, ilustre liberador del pueblo, moriré como un mártir, pero sabed vosotros, discípulos de la ignorancia, que la reconciliación de nuestras razas será imposible por los siglos de los siglos. Ya podéis buscaros a otros tontos que os aguanten, pero dudo que los encontréis.


                                                        PUNTO Y FINAL.

domingo, 5 de mayo de 2013

En el nombre de los brackets.

Hola queridos/as lectores/as!!! He estado pensando un buen rato, en una de las seis veces que recorro mi calle todo los días, acerca de esos despiadados hierros que tanto les gusta a los dentistas poner en nuestras aparentemente impolutas bocas. Tal cual. Hoy, amigos/as mios, hablaremos de los brackets.

De entrantes tenemos mi largo historial de nueve años luciendo los más variopintos aparatos dentales. Porque, antes, apenas había niños y jóvenes con aparatos. Sí, sí, como os lo cuento. De los dientes solo se encargaba el Ratoncito Pérez, y eramos todos unos fieles adeptos a la Iglesia de las Santas Gominolas. De los chicles ya ni os cuento. Bueno, pues yo llevé aparatos desde que tengo memoria, y por consecuencia, yo no probé cómo sabe una gominola o un chicle hasta hace un año y poco más. Venga, no os cortéis, decídmelo a la cara: "No tienes infancia". No seréis los primeros. Al principio contaba los chicles que comía, con una solemnidad muy extraña para los demás ("¡Oh, mira, este chicle de melocotón es mi sexto chicle en toda la vida! ¿No tiemblas tú también de ilusión?). Ahora, para compensar esa primordial carencia en mi ADN soy una gran consumidora de chicles. Mis favoritos: los de canela picante. Muy seguramente, gasto más cajitas de chicles al año que libros que leo. Aquí tienen los resultados de sus antinaturales experimentos, señores dentistas: despojen a una niña de los chicles durante su infancia y la condenaran de por vida a la manía masticadora más atroz.

La guinda de mi tarta de hierros fueron, como no, los brackets. Después de los sencillos aros en el paladar, los hierros con formas de triangulitos, los hierros enrollados y demás milagros de la mecánica, llegaron los brackets. Ni el hijo del dentista llevaba brackets por entonces, repito. ¿Vosotros sabéis lo que duele que te pongan eso? Sí, obviamente lo sabéis porque me apuesto la paga a que la mayoría de vosotros estáis leyendo esto mientras frotáis la lengua contra vuestros brackets, dudando si continuar leyendo o mandarme ya a poner brackets.
El pegamento. Si, ese pegamento que te dicen que no toques con la lengua, y sin embargo cuando sales de la consulta tienes la lengua entera con sabor a limón podrido, ácido. Y ver cuatro, a veces cinco, caras con mascarillas, gorros y espeluznantes objetos puntiagudos en sus manos, a tu alrededor....Es como si te van a operar y se olvidan de dormirte. Pero, es que además, es como si te estuvieran operando extraterrestres. ¿Que por qué? Lo llaman jerga profesional, pero yo estoy convencida de que es un lenguaje en clave y que en realidad no están hablando de tus dientes, si no del partido del Madrid. Fijo. Y si vosotros/as entendéis lo que dicen los dentistas, estáis predestinados a hacer la carrera de Higiene Dental.

Las gomitas de colores.
Y después de las radiografías, los moldes asquerosos con un sospechoso líquido verde (¡cuántas veces no habré vomitado encima de la dentista la lechuga de la comida! Qué recuerdos...) y la colocación, vienen las gomitas. Ya sabéis, esas gomitas que te ponen encima del bracket, cuya única función aparente es demostrar al mundo que tú llevas, en efecto, esos hierros. Ahora, salid a la calle, buscad a los enbrackeados de turno, y comprobar el color de sus gomitas. ¡SON GRISES! Grises, o transparentes, para que no se noten, para no tener que bajar la vista y decir "Mm, sí son unos brackets". NO. Me niego. Yo jamás los llevé grises, ni transparentes, ni nada. Los brackets son el cuadro de tu boca, tienes que prestarle atención, tenerle cariño, los colores de tus dientes tienen que decir algo. Yo pasaba quince minutos como poco en la consulta, mirando gomas, combinando colores y eligiendo. ¿Que invierno? Pues toda la gama de azules. ¿Que llegaba la primavera? Vivan los verdes, naranjas y amarillos. Para celebrar las vacaciones, pedía uno de cada color. Creo que tenemos 36 dientes o por ahí, no? Bueno, pues 36 colores. Ni Van Gogh pintaba mejor mi sonrisa.
Y si, para algún día especial, quería algún color que combinara con la camiseta, lo único que tenía que hacer era teñirlo de la manera más natural posible. Tomad nota: para teñir los brackets durante una tarde, hay que tomar un granizado o helado de hielo del color que quieras tener los brackets (rojo-cereza, verde-lima, azul-piña, naranja-tropical).



Apenas hay unas cuantas cosas en este mundo que me hacen más feliz que sonreír a todos por la calle con unos dientes como si fueran una paleta de colores. Mis dientes ya son una leyenda. Además, en caso de clases aburridas, siempre podía sacar de la mochila unas barritas de imán y ponerlas en los brackets. El imán se quedaba pegado, como si fueran unos colmillos de vampiro descomunales. Cachondeo asegurado.
Y un día, un maldito día, adiós a los brackets. Adiós a las gomas, a las sonrisas de colores, adiós. La última vez que vi a mis brackets era junio y sería mi primer verano sin celebración multicolor. La boca me parecía rara. Les dije a las dentistas que no me hacía ni pizca de gracia que me los quitaran, y que los echaría francamente de menos. No me pusieron la camisa de fuerza porque lo mío no era locura peligrosa. Pero me confesaron que era la primera de cientos, miles de chavales de todos los del instituto y ciudad que vamos al misma consulta, que no quería que se los quitaran. Casi que ponen una plaquita dorada en mi honor a la entrada. Y desde entonces, procuro desobedecer todo lo que pueda las sencillas instrucciones para tener unos dientes relucientes, de anuncio, y homogéneamente blancos, con esperanza de volver a los brackets.

Ahora, con solo un bonito recuerdo de tantos años, me entristezco bastante al decirme "Ostras, pero si este/a también lleva brackets. ¿Y desde cuándo? No me había dado cuenta, como no se ven...". ¡En el nombre de los brackets, queridos/as lectores/as: salgan a la calle, caminen con paso firme, sonrían a todos, conocidos y por conocer, vayan a la consulta y encuentren su color, su combinación, y llévenla con orgullo, como tarjeta de presentación. Sonrían a todos y descubran que se sonríe con los ojos.
By Carmen:D