Hola queridos/as lectores/as!!! Y aquí sigo yo con mi abnegada labor de autopublicarme los relatos, labor que me fastidia luego participar en concursos de relatos por la condición de "inédito bajo ningún formato". Vale, voy a pasar de los concursos. Es el relato para la segunda sesión de Cartapacio, cuya condición era intercalar la palabra "cartapacio" y una cita, la única que está repetida dos veces. Ha sido un quebradero de cabeza elegir el relatario correspondiente, porque no es triste ni de humor, y tiene bastante originalidad...así que he creado una nueva sección de relatos, para los que sean más de desarrollo de una idea, pensamiento...mi filosofía, vaya. Allí lo encontraréis.
Sobra decir que me he inspirado en el Telepizza que hay en la esquina de mi calle. Os dejo con la lectura:) By Carmen:D
Nutrientes somos y nutrientes seremos.
Aún
acaban de dar la última palada a la harina cuando empezó a vivir. Era tan
perfectamente redonda como cualquier otra, con el mismo relleno delicioso en su
interior que sus hermanas, pero desde el principio se le notó cierto aire
distante y tendencia a la meditación. Daba igual, pensaron todas, si en apenas
10 minutos de vida no quería hablar con nadie, ese era su problema. Pero habló,
vaya si habló. Y para sorpresa de las demás, lo hizo con la más vieja de todas,
la que estaba apunto de irse. Ese fue el problema, si vives 10 minutos y 3 de
ellos estás hablando con alguien al que solo le quedan 2, los 8 que a ti te
quedan serán más parecidos a los 2 que le quedan a ese alguien.
Pero
era una pizza curiosa, y ya se sabe cómo son las pizzas curiosas.
A
las miradas reprobatorias de las otras pizzas no les encontraba motivo, porque
la pizza vieja hablaba amablemente con ella. Conversaron un rato sobre todo un
poco, pero cuando se dio cuenta de que su compañera seguía con detenimiento las
idas y venidas de los humanos se sintió preocupada. Allí pasaba algo y quería
enterarse.
-Es
el horno, pequeña, pronto iré con él.
-¿Qué
pasa con el horno? ¿Para qué sirve?
La
pizza vieja sonríe, tal vez decidiéndose a gastar sus últimos minutos en
conversar con aquella chiquilla.
-El
horno es donde todas acabamos porque para eso hemos sido creadas. Has de saber
que aunque tu masa aún sea blanda y el tomate sabroso, pronto irás allí y todo
acabará.
No
está contenta con la explicación.
-¿Pero
entonces para qué servimos? Si nos crean y luego…bueno, y luego nos llevan
allí, no sirve de nada estar vivas.
-Nadie
lo sabe. Nadie sabe qué pasa después del horno. Cuentan que al principio se
está bien, cómoda y calentita y después te vas. Pero tu cuerpo no se va, porque
se lo llevan los humanos, pero tú ya no estas ahí.
La
pizza joven intenta imaginarse así misma sin su forma de pizza y no lo
consigue. Se queda muda por unos instantes. Piensa en alguna forma de escapar
del horno y sus terribles consecuencias, pero no encuentra nada que le sea de
ayuda.
-Lo
llaman muerte.
El
comentario de la pizza vieja le hace volver a la realidad.
-¿A
qué?
-Al
horno, a irse, a lo que hay luego. Todas nos vamos. Cada cinco minutos
exactamente, aunque alguna tiene suerte y aguanta seis y medio. Bueno, suerte a
veces no, porque cuando llegamos a mi edad ya estamos tan cansadas que deseamos
que llegue rápido.
-Pero
no puede ser, apenas diez minutos, tanto por ver y conocer, y no hacemos nada,
solo esperamos. Esperamos pensando en luego, sabiendo que luego no hay nada.
Esperamos la nada.
La
pizza vieja se compadeció de la pizza joven. Realmente aquella chiquilla podría
hacer tantas cosas y estaba tan llena de vida. Sabía que tenía razón pero ella
ya no podía hacer nada. Su tiempo se había agotado. Los pasos malditos se
acercaron y unas manos la cogieron. Siempre pensó que miraría al horno con
horror, pero en lugar de eso la pizza vieja se volvió y le dijo a la joven:
-
Nunca olvides tus sueños, no sabes cuando los vas a necesitar.
Y
se fue.
![]() |
No mates pizzas. Está mal. |
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El
chaval, que ya no era tan chaval, quedó absorto en otros mundos. Para un mísero
curro que tenía en la pizzería esperaba que al menos le tocara atender a las
chicas que por allí pudieran dejarse caer. Pero no, el trabajo consistía en
llevar pizzas de un lado a otro de la cocina, ni siquiera a llevarlas en moto.
Tal y como estaba todo no podía quejarse, ya, pero…Era vago, no se iba a
engañar, y nunca tuvo grandes aspiraciones. Le gustaba la vida cómoda en casa y
la ajetreada en la calle. Era sencillo, nunca se planteó grandes metas ni
reflexionó mucho sobre su vida. Joven, y aún así los días ya le parecían
monótonos, como si se repitieran constantemente, con lo mismo malo y lo mismo
bueno. A menudo se decía que era un laberinto en el que no sabía como había
entrado, quizás ya hubiera nacido en él.
Por
eso se permitió evadirse aquel día, harto ya de todo. Y lo único que le vino a
la mente mientras transportaba pizzas fue pensar cual sería su vida si tuvieran
alguna. La pregunta le cautivó y se asombró de que hubiera llegado a pensar
algo tan extraño e impropio de él. Casi llegó a sentir como la pizza que tenía
entre manos le ajusticiaba con la mirada, una mirada de pizza con vida.
-
Eh, chaval, despierta, a ver si te pago para que no hagas nada.
El
jefe. Todos los días le recordaba la suerte que tenía de que le hubieran
aceptado a las primeras de cambio, que había sido por el accidente de aquella
señora vieja…Cualquier cosa.
-
Pareces la Rosi ,
acabarás diciendo que las pizzas te hablan.
Fue
como si le leyeran el pensamiento.
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Todos
los días sin falta, el paseo de la
Rosi era una señal más de lo injusta que es la vida. Después
de la caída no tuvo más remedio que jubilarse. Antes ya tenía problemas, pero
no le impedían trabajar. Era una buena mujer. A todo el equipo le gustaba oír
las historias que aquella anciana
contaba a quien quisiera escuchar. La echaban de menos, a ella y tal vez
a ese mundo donde solo se vivía diez minutos. El jefe tan solo la llamó vieja
loca y se dedicó a tapar el asunto. No sería bueno que la prensa y los clientes
se enterasen de que un exceso de trabajo, mal pagado, provocara alucinaciones
en los trabajadores. Podría haber envenenado las pizzas en un desvarío más.
Los
médicos achacaban el empeoramiento de su estado a las fracturas de la caída.
Como enfermedades es de lo que más sobra en este mundo, había razones
suficientes para creer que la
Rosi no viviría más allá de unos meses. En eso todos los
médicos y psiquiatras estuvieron de acuerdo. La Rosi , muy gentilmente, se deshizo de ellos con
una sonrisa que encerraba compasión y un guiño de sabiduría. Luego se retiró a
su habitación con paso taciturno, del brazo de la asistente. Para ella toda aquella
palabrería ya no valía nada, no hacía efecto. Había aprendido mucho de las
pizzas y estaba decidida a vivir su vida todos los días, fuera corta o larga.
Aquella
nueva mañana sacó, como siempre, otro papel del cartapacio y continuó dibujando
pizzas, sus eternas compañeras. Las conocía a todas, sabía que las carbonara
solían ser las más antipáticas y las hawaianas las más divertidas. Un catálogo
completo, dibujado y coloreado, adornaba las paredes de la vacía habitación.
Aquella mañana dibujó una pizza nueva y diferente a todas las demás, una pizza
libre. Libre y muy curiosa.