sábado, 7 de abril de 2012

La terrorista de la cocina ataca de nuevo

Hola queridos lectores!!! Habiendo leído el títutlo, ya debéis suponer de que va esto. Sí, de barbaridades. De barbaridades gastronómicas. Ya os comenté en el anterior post sobre el concurso de gastronomía y mis negras predicciones para el concurso de este año y, en efecto, de una forma u otra se cumplieron. Me explico:
A las nueve y media estaba en frente de la casa de Pablo, con dos bolsas de esas que compras en el Carrefour abarrotadas. Luego, diez minutos después salió del portal don Pablo. Dicho andoba tan solo traía una bolsa de papel cartón de una marca de ropa. El contenido de la bolsa era el vivo reflejo del caos. Nueces por aquí, jamón serrano envuelto en papel de plata por allá.... a eso se le unió la inesperada confesión de que no tenía ni idea de cocina y que no había picado un kiwi en su vida. Esto me dejó en estado de shock (o como se escriba). No era un mal comienzo para intentar la ambiciosa empresa de ganar un concurso de cocina. He de decir, en defensa de Pablo, que puede que me pasara criticándole por no saber cocinar, porque yo me inventé la forma de picar tomates y pelar huevos cocidos sobre la marcha. Todo hay que decirlo. Llegamos como diez minutos antes de las diez al instituto, y allí nos encontramos al Bibliotecario, que concursaba por 4º año (y había ganado los cuatro años, en el 2011 con unos canapés de muerte que no pude probar porque el mio se me cayó al suelo). Nos fuimos al pabellón donde ibamos a elaborar nuestras churra-creaciones y nos quedamos charlando. Luego empezó a llegar más gente, algunos grupos de concursante y otros que venían para comer porque pensaban que eran dos horas de buffet libre. Ingenuos.
 Apareció por allí Jessica, la amiga que me ayudó el año pasado (como ya dije en el último post). Me hizo prometerla (no preguntéis por qué) que me acordaría de ella en el blog, así que: Oh gran Jessica, mil y una gracias por tu inestimable ayuda el año pasado, sin ti aún estaría intentando encontrar las llaves de casa, si hubiéramos ganado más de la mitad del premio tendría que ser para ti. ¡Salve a la reina suprema y señorita indiscutible de la cocina! Pero recuerda que aprobaste Naturales en la 3º evaluación gracias a servidora :P.
Luego llegó el momento de entrar en acción. Ya posicionados exactamente en el mismo lugar del año pasado, expliqué la táctica a Pablo. Todo estaba en una chuleta que traía en el bolsillo del vaquero. Íbamos a hacer cuatro tipos de pinchos, para lo cual cogí cuatro bolsas, las numeré y ordené allí todos los ingredientes. En la chuleta apunté paso a paso lo que había que hacer. Sacamos el tenderete y comenzamos picando tomates, huevo cocido, palitos de cangrejo y pepinillos. Como ninguno de los dos eramos expertos en picar, constantemente nos cambiábamos el puesto, tirando alguna que otra bolsa. Los organizadores, jurado, profes y compañeros ya pasaban por delante de nosotros y nos preguntaban la tediosa incógnita de que estábamos haciendo. Ensalada, ensalada, ensalada y mil veces ensalada. Necesitábamos un nombre más chulo y como eran cuatro platos los numeré por estaciones. Así de fácil. No habíamos acabado de picar cuando se presentó al regimiento de chicos/as de nuestras dos clases. Dijeron que ellos también querían picar. Al principio me lo tomé a broma. Luego, cuando preguntaban que podían hacer y que  si sobraba algún cuchillo, empecé a darles trabajo. Así fue como en cinco minutos teníamos a 15 chicas a mi alrededor trabajando sonrientes. Hacían de todo y no se quejaban. Así la producción de pinchos avanzaría considerablemente y, a más gente, más diversión. Me sentía Tom Sawyer con la valla que había que pintar de blanco. Toda la mañana trabajando. Tú, pica esto, el de más allá, echa más salsa, eh, átame el zapato que tengo las manos pringadas. Acabamos en un santiamén. Por eso, y para agradecer de alguna forma la ayuda habríamos los palitos de cangrejo (que resultaron gustar a todo el mundo), sacamos panecillos y compramos un pack de cecina (aún no sé para qué) en el Mercadona que completó nuestra recompensatoria comida.
Presentamos el postre, vinieron los jurados, probaron y pusieron nota a toda la comida. Sin duda el premio se lo llevó el Bibliotecario (OTRO AÑO MÁS, menos mal que para el año que viene ya no estará :P), con sus "Champiñones a las brasas con miel y mayonesa". Todo el mundo hablaba del plato triunfador y masas de gente iban a probarlo, dejando de lado nuestros desgraciados pinchos. Solo sé dos cosas: 1) Qué yo fui la primera en probar los champiñones del Bibliotecario (lo hice cuando nadie se enteraba, echandolé un poco de morro) y estaban de muerte. 2) Por algún despiste del momento confundí el queso de untar con el requesón, y estropeé garrafalmente uno de mis pinchos.
A las doce, cuando el auténtico buffet libre se declaró abierto y todos los alumnos y profesores se tiraron a la gran variedad de comida como leones hambrientos, Pablo y yo nos fuimos al Chocoloquio Filosófico de la biblioteca. Allí estuvimos hasta la una y media, hablando de soluciones para la mejora del sistema. Solo cabe destacar de tan interesante encuentro el que el profe que servía el chocolate me lo tirara en un descuido encima de mi inmaculada camiseta. Sobrevivo a una frenética jornada de cocina sin mancharme y afronto la difícil tarea de intentar no mancharme de chocolate mientras hablo, pero cuando ya he destruido el mito de Carmen Lamparotes que me persigue desde que el mundo es mundo, aparece un profesor que me tira el chocolate por no haberlo hecho yo. Fantástico.
Cuando volvímos al pabellón del concurso descubrimos aterrorizados que allí no había gente, ni mesas, ni comida, ni champiñones, ni nada. Solo nuestras humildes bolsas y abrigos en un rincón. Inmediatamente y con un mal presentimiento recordé las flaneras de metal que había llevado para poner en ellas la ensalada. La gente las cojía como vaso y cuando las acabara las dejaban el la mesa. ¿En qué mesa? Aquello estaba más vacío que la nada. Tenía que encontrarlas. Pregunté a las chicas que lo organizaban, a la gente que me cruzaba, a mi amigas allí presentes, a la pared, al conserje... Nadie lo sabía. Incluso llegué a discutir con la chica que lo organizaba. Una amiga me disculpó ante ella diciendo que cuando algo escapaba a mi control me ponía de los nervios. Yo solo tenía en mente la bronca que me iba a caer cuando llegase a casa. Por increíble que parezca, eran el 2º objeto de cocina que perdía o estropeaba en la semana. Soy toda una calamidad. Todos se fueron y yo quedé sola con esta amiga, decididas a seguirles la pista a las desaparecidas flaneras. Preguntamos a nuestras profesoras de Lengua que buscaron teléfonos de profesores/as que estaban cuando se desmanteló todo y que podían saber algo. La primera hipótesis era que al recoger todas las sobras mis flaneras y otros objetos que más gente se había olvidado debían haber sido recogidas por algún profesor presente. La pista nos llevó a llamar a casa de los profes y diversas gestiones infructíferas. Cuando Carmen Jones en búsqueda de las flaneras perdidas ya estaba a punto de desistir y volverse a casita, decidimos volver sobre nuestros pasos por última vez y rezar para que aparecieran milagrosamente. Así pues llegamos hasta el gimnasio. Recuerdo perfectamente como Laura, la amiga que estaba conmigo, me decía :"¡Cuidado, puede estar Alfredo por aquí!". Alfredo, para el que no vaya el que/ la que no vaya a nuestro instituto es el profe de gimnasia más famoso. Con él, las clases se convierten en unas inolvidables sesión en el ejército. Sí, como en las pelis, de esto que te preguntan delante de todos los demás: "¿Es usted tonta o se ha escapado de Asprona?". Eso me pasó más veces de lo que pensáis. Además, castiga a la antigua, con reflexiones escritas vulgarmente llamadas copias de 545 líneas. Las clasifica por modelos. Interrumpir al profesor, 3 folios de modelo 1. Gritar cuando él no está, 5 folios de modelo 2. Perder un balón, 7 folios de modelo 3. Perderse cuando salimos al parque a correr el kilómetro, 10 folios de modelo 4 y una mirada asesina.
Y, sí queridos lectores, fue este el profesor con el que nos encontramos nada más entrar en el gimnasio. Fue este el que casi me mata del susto con un intimidador "¿Qué hacen ustedes aquí?". Brevemente le pregunté si había visto 8 flaneras de metal, del concurso de gastronomía, que era muy importante. Mientras yo quedaba como una idiota pensando en alto y haciendo tribulaciones de si las habría encontrado, Alfredo puso cara de tigre de Bengala ya entradito en años (debe de tener 60, y hace mortales con trampolín) y me dijo que sí, que sí que las había visto. Dí gracias al señor de los/las despistados/as. Que se había pringado las manos rescatando 6 flaneras de entre toda la basura, que se había preguntado de quién serían y que las tenía él. Las otras dos habían acabado en la basura. Me quedé callada como esperando a que me diera mis flaneras. Pero me dijo que ni hablar, que si eso volviera después de vacaciones a suplicárselas de rodillas y me mandó hacer unas reflexiones escritas, vulgarmente llamadas copias, sobre la responsabilidad. Y tampoco faltó la dichosa preguntíta de si "¿Usted es tonta, señorita?.
Ahí no acabó la cosa. Nos obligó a salir del instituto (que ya lo iban a cerrar), nos sacó a la calle y nos llevó enfrente de los contenedores. Concrétamente, enfrente del verde orgánico. Nos lo abrió y sacó la bolsa donde estaba todo del concurso. Nosotras solo teníamos una vaga idea de qué quería que hiciésemos. Me dijo que mientras Laura sujetaba la bolsa yo hurgase y revolviese en busca de las condenadas flaneras. Después de explicármelo tres veces más para que me hiciera a la idea de que tendría que revolver en la basura en medio de la calle, se fue, dejando a su paso palabras de profundo rencor y venganza por mi parte. En realidad fue un "Me las pagarás, Alfredo, me las pagaráaaaaaaas!!!!". Creo que lo hizo para vengarse de que haya sido yo la que le haya puesto un mote. Fredi. Fredinski. SuperAlfred.
Mis manos se embadurnaban de tarta de chocolate, servilletas usadas y otras delicatessen mientras los joviales niños del cole San Claudio salían. Los padres mi miraban con cara de risa, y los niños como si estuviera loca. Lo parecía, ya que hablaba en alto sola, intentando explicar la situación. Aquella basura desprendía un pestazo horrible. Por fin, y entre gritos de aleluya, encontré las dos flaneras. Volví a casa con las manos pringosas de basura y apestando. Nadie se quiso acercar a mi. Malditas flaneras de las narices.

Ahora las otras 6 flaneras las tiene Fredi, supongo que tendré que ir a recogerlas a la vuelta. Igual preparo una redacción de las mías para leérselas en alto en la clase. Sería un espectáculo digno de ver.
El ganador fue el Bibliotecario, pero el premio creo que eran 6 euros. Estamos en crisis. Pero por lo menos quedamos en 2º puesto. Sí, esto es lo raro. Quedamos segundos...porque solo participábamos dos en la categoría de salado.
Siento no tener ninguna foto del evento para enseñárosla. By Carmen =)

3 comentarios:

  1. Madre mía! esto es mucho más que una aventura culinaria!!!! felicidades por ese 2º premio, ¿como dices que se llama el profe,.. Alfrenkestein?
    Disfrutad de las vacaciones!

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  2. Sí, realmente es algo bastante increíble. El profesor se llama Alfredo, pero se quedó con el mote de Fredi y de ahí pasó a Fredinski. No me preguntes como me lo inventé, solo sé que me gané una buena cantidad de copias por crear el mote.
    Agradecimientos a Pablo por publicarme la entrada cuando yo estaba de viaje ;).

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  3. Saludos.

    Tío Carlos

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