sábado, 4 de enero de 2014

"Fiebre de domingo noche."

Hola queridos/as lectores/as!!! Más escritura. Aquí tenéis mi último relato del Club de Escritura Cartapacio, mi última creación literaria en muuuuuucho tiempo. Mi regreso a los relatos, a la chispa de By Carmen:D. Puff...después de unos cuantos meses de inactividad por falta de inspiración y técnica, esto fue todo un acontecimiento. En fin. Me invade una alegría y sensación de felicidad cada vez que escribo y acabo algo que gusta y creo que está aceptable...
El tema del mes era: "Te hemos pillado. Ahora cuéntanos en qué y por qué". No está mal, ¿eh? Es un buen ejercicio de imaginación y creatividad. Después de buscar una linda semanita la inspiración, me basé en "El infierno en dos actos", un relato a dos plumas que escribí con una buena amiga hace ya dos años. Desarrollé un poco mucho más la idea. Y salió esto. Consejo: si después de leerlo no conseguís leer entre líneas, pedid ayuda o pensad un rato. Cuando encajéis las piezas, os recomiendo que lo volváis a leer. Apreciaréis mejor todos los detalles. No hay nada dejado al azar. Y ya no necesitáis que os diga nada más. Una recomendación. El relato tiene ambiente de jazz; escuchadlo con este tema: "Sing, sing, sing" o el clásico charlestón al que aludo. By Carmen:D

                                              FIEBRE DE DOMINGO NOCHE

Hagan el favor de no mirarme así, que parece que acaban de llegar a las puertas del Cielo aún. Quiten ahora mismo esa cara de sorpresa. Debería darles vergüenza de vuestras débiles almas pecadoras. ¿Qué hacían ustedes dos aquí, si se puede saber? ¿Desde cuando mis afamados empleados se dedican a pasar sus turnos libres en burdeles, además borrachos? ¿Y quienes eran esas dos señoritas que estaban con vosotros? Porque eso no lo saben arriba vuestras mujeres, ¿verdad? No, no, de cambiar de tema yo nada, eso es algo que quiero que me aclaren. Esto no quedará así Fernández, vaya que no, esto tendrá consecuencias en su carrera, no lo dude. Si se cree que después de este agravio voy a ascenderle es usted más tonto de lo que me pareció el primer día. Ustedes dos han provocado mi cólera y con razón, pero como todo el mundo sabe, soy más bien de carácter misericordioso. Y usted, González…usted que es tan sereno, tan impecable, tan razonable…¿no se ha dado cuenta de la humillación en la que me ha metido? ¿No ve en que situación me hallo ahora? Miren, miren: asómense al otro lado de la sala. ¿Ven todas esas miradas? Están esperando a que salga de aquí para ajusticiarme, se reirán de mí, pisotearán mis principios, mancharán mi nombre, serán mi perdición. Y lo peor de todo es que, en el fondo, por mucho que lo vaya a negar, tendrán razón.
Ustedes saben que soy viejo. Que ya no estoy para estos trotes, para estas aventuras…pero me hacía tanta ilusión. Además, ¿ante quién tengo que responder yo de mis actos? ¡Ante nadie! ¡No hay nadie con derecho a juzgarme, nadie puede decirme qué tengo que hacer! Ja, sino muy mal tenía yo esto montado. Solo me faltaba una insurrección. Ay, hijos míos, si supieras todo lo que me debéis. No, ahora no me ponga esa mueca de reproche, Fernández. Que se muy bien las que usted se gastó cuando estaba vivito y coleando, que usted entró en el puesto por todas las plegarias de su abnegada tía. Madre, que pesada era la señora, disculpe que se lo diga. Normal que tuviera usted ese asco por las mujeres, pero tampoco es para pagarlo con su esposa. En fin, que usted siempre estuvo a un paso de acabar entre esa gente que ahí ve, si esos mismos. Y aún es posible. Así que míreme bien a los ojos: quiero su completa colaboración para salir de la situación con la mayor decencia posible, no toleraré sobornos ni chantajes, ni un solo gesto de desobediencia, ni una sola palabra en mi contra. Y, por supuesto, de este desgraciado acontecimiento no se enterará nadie arriba. ¿Entienden lo que es nadie? Como oiga un solo murmullo, os juro malditos bastardos que pagaréis con algo más que vuestras alas esos gritos que me delataron. Si es que a quién se le ocurre, almas de cántaro. Uno cuando ve a su patrón en una situación comprometida no monta tanto revuelo y se pone a gritar y señalar como un loco; uno lo que hace es quedarse bien calladito y procurar no dañar su reputación, y entonces otro gallo os cantaría. Callen, callen, no me digan nada porque cada vez que lo recuerdo me pongo malo. Iba a ganar, lo tenía todo, todo, ya podía saborear la victoria…


Ah, ustedes no saben la dedicación y el cuidado con que lo había preparado todo. No, claro, que van a saber, si nunca han tenido ambiciones. Pero, déjenme que les cuente, déjenme contar a alguien, ya que estamos aquí en petit-comité, y esto, como quien dice, se lo van a llevar también a la tumba. La pasión, la pasión de mi vida desde que fui niño: el baile. Por mucho que les hayan podido decir en la oficina, sabed de buen seguro que no hay otra cosa que me atraiga y me fascine más. En mis días de juventud puse buen empeño en esa tarea, pero ya ven que al final mi destino me ha llamado por otro camino. Uno nunca tiene lo que en realidad quiere: bailar, bailar sin descanso toda la noche entre luces y sombras, derrochar felicidad y sentirse como levitando, volando libre. ¿Y qué he conseguido de todo eso? ¡Tan solo una cosa! No lo duden más, ese trauma ha frustrado mi carrera profesional desde niño, muchos especialistas de los que por allí tenemos me lo han dicho. Pásenme esa otra botella de ahí, ¿quieren? Muy amables. Ah, que vida más perra.

Las inscripciones para el concurso salieron hace meses. Apuntarse fue demasiado sencillo, con un nombre falso, claro. De todas formas, ya me ven lo que he cambiado, ustedes mismo han tardado mucho en reconocerme. Y eso es porque me ven todos los días en el trabajo. Pero, créanme, él si que me ha reconocido.¡Oh, por supuesto, el señorito experto en la mentira está lo bastante acostumbrado como para reconocer a su viejo compañero de juegos! Maldita sea, ya me empezaría a preocupar si no reconociera a el que le encerró aquí. Aunque ya ven, miren esto, parece que le ha sacado partido. Un poco sucio, a estos muebles se les puede sacar algo de brillo y el olor a azufre molesta un poco al principio, pero no me digan que el ambiente está mal. No, nada mal.
Pero a lo que íbamos. Practiqué todos los días. Ustedes no lo saben, pero en la finca de recreo tengo instalada una salita muy práctica para bailar, amplia y despejada. Los mejores bailarines del mundo entero desfilaron todas las tardes por mi casa a cambio de unos cuantos favores. Para motivarme veía una y otra vez, en la sala de proyecciones, “Billy Elliot”. Es mi película favorita, ¿saben? Les prometo que sudé todos los días de tal forma que la enorme barriga con la que siempre me vieron y que hoy me falta la borré solo a base de pasos de baile. ¡Estas últimas semanas he tenido que ir a trabajar con cojines debajo de la túnica para que no se me notara! Si supieran lo que me he reído yo solo en los baños…Perfeccioné todos los estilos de baile porque debía de estar preparado para cualquier cosa, aunque sabía que la batalla definitiva era el concurso de charlestón. El día antes, al verme un tanto rejuvenecido por el ejercicio físico, me dio un ramalazo de inspiración divina y decidí ponerme en condiciones de presentarme en sociedad por primera vez desde hace tanto tiempo. Me di un buen afeitado, que, maldita sea, ya no recordaba ni como afeitarme, ¿se lo pueden creer? Y, en un subidón de autoestima al verme tan bien sin la barba, corté también esas greñas del pelo, y lo teñí de aquel dorado cobrizo que era la envidia de todos en mis años jóvenes. El cambio fue tal y quedé tan contento con mi nueva imagen, que incluso me planteé dejarme ver así por ahí arriba, a ver que opinaba el personal. Igual me dicen que es pura soberbia, pero estoy del todo seguro de que volvería locas a muchas.
Un sorbito más y ahora continuo. Con el baile ya queriendo salir de mis pies, desempaqueté este viejo traje, pero que no ha perdido un ápice de elegancia. No me digan que no me queda bien. Al principio pensé que con la chaqueta en blanco iba a parecer Humphrey Bogart en Casablanca en rubio, pero qué quieren que les diga, soy incapaz de moverme por el mundo sin algo de color blanco puro. Si no sería muy vulgar, ¿no les parece? Sé lo que estarán pensando. ¿Quién es este borracho que tenemos delante, una mala copia de nuestro admirado jefe después de un tratamiento de belleza y unas cuantas copas?

Pues ya no estoy muy seguro, la verdad. Hace dos horas, cuando entré en este burdel yo tan solo era el joven con ganas de divertirse, bailar y triunfar que siempre llevé dentro oculto. Cuando esas enormes puertas carcomidas se abrieron, cuando esas repugnantes gárgolas me franquearon el paso a esta prisión para los pecadores, cuando esos diablillos vestidos de camareros me condujeron por los infinitos laberintos de este mundo…Me avergüenzo de mi mismo, pero me sentí como en mi propia casa. Ah, muchachos, tendrían que haber visto el esplendor que desprendía los grandes salones, con sus paredes y techos en rojo escarlata, su luminosidad mortecina, solo alimentada por esos pequeños fuegos instalados en las esquinas de las paredes; el ambiente cargado de humo con un fuerte aroma a azufre y otras cosas que no digo, que subía hasta hacer una gran nube en el techo. Las grandes pistas de baile que llenaban casi todas las salas, repletas de bailarines que quemaban los despojos de su cuerpo bailando como poseídos por una fuerza mayor, un impulso al que cedían con ganas. ¡Y las chicas! Vaya chicas que tenían allí…Nada que ver con esas tan sosas que tenemos arriba, tan frías, como si fueran unas estatuas sin piedad. No, aquí son todas pedazos de carne que no deja de vibrar a cada giro y salto que dan en la pista de baile. No te negarán nunca una sonrisa cálida ni un rato divertido. Al fin y al cabo, aquí ya no tienen nada que perder. Aquí sus vestidos son ceñidos  y algo escasos de longitud, que se pegan a su cuerpo como una segunda piel; y no esos largos vestidos tan voluminosos, espumosos diría yo, que apenas las dejan moverse por los salones de arriba. Compañeros míos, si de algo estoy convencido después de esta sugerente experiencia es que unas cuantas cosas van a cambiar por ahí arriba. Se acabó de tanta etiqueta y tanto remilgo, que nos hemos quedado anclados en la moda de las pelucas empolvadas. Que se vistan como a ellas les dé la gana, y todos contentos.
Miren camaradas, yo no sé qué hice mal al elegir aquel sitio como lugar de tortura y sufrimiento, porque allí no había cara en la que no se viera sonrisa. Que sí, que estaban todos hasta arriba de pecado, de actos malos e impuros, de depravación, de vicios…¡Pero se lo pasaban de bien! Nada les preocupaba, a esos infelices no les preocupaba nada de lo que pudiera pasar al día siguiente, porque ese día y todos los demás irían a dar con sus huesos en ese antro para siempre, a seguir viviendo en una continua orgía. Menuda condena.

El caso. Que se me va el santo al cielo…A ver, que sigo. Nada más que llegué, él vino a recibirme con dos preciosas morenas cogidas por la cintura. Qué bien ser conservaba el muy cabrito. No aparentaba más de treinta, y eso como mucho. Y eso que es tan viejo como yo. Pero, claro, lo suyo es natural, a mi me costó sangre, sudor y lágrimas bajar unos cuantos quilos. Llevaba un esmoquin negro reluciente, que parecía reflejar como un espejo mi cara. Pantalones negros, zapatos negros, chaleco negro, camisa negra y una perilla negra también que le daba un aspecto de bohemio con mucho sentido del humor. Para que negarlo amigos, era más guapo que yo. Tenía una especie de áurea magnética que atraía a todo el mundo hacía él, los chistes que contaba eran los mejores, su compañía la más solicitada, siempre invitaba a unas copas a sus huéspedes, a los que nunca les faltaba de nada, y era considerado por ellos como un filósofo carismático con la frase exacta para el momento exacto. Lo tenía todo. Y yo solo tenía el pelo teñido y unos botines blancos. Pero no penséis que vuestro jefe, jefazo más bien, se dejó amilanar por semejantes condiciones de desventaja. ¡Para nada! Me repetí mentalmente las tres efes (fuerza, fama y fortuna) y decidí enfrentarme al toro.

Me dedicó su mejor sonrisa, su sonrisa de triunfador y sin decir una sola palabra más los dos nos dirigimos a la pista de baile que se acaba de vaciar. A nuestro alrededor la fiesta se detuvo y los rostros se giraron. La bebida dejó de llenar las copas por un momento y las risas se ahogaron como mejor pudieron. El humo no dejaba ver muy bien, el calor de las hogueras quemaba la piel y se podía sentir el aire cargado de respiraciones. De repente la música estalló como el pistoletazo de salida y los dos nos agarramos a la melodía de las notas con habilidad. Cada uno por su lado, empezamos a claquetear y repiquetear los pies hasta hacer una sinfonía paralela a las de las notas; luego el ritmo y la velocidad crecieron y comenzamos a conquistar la pista. Parecía que sus pies volaban, apenas tocaban el suelo, se movían con una maestría y agilidad de quien tiene un don natural para ello. Yo tampoco me quedaba atrás, era hábil en los saltos y coordinaba bien el cuerpo. Continuamos así durante minutos eternos en los que la música decaía y se volvía más intensa, nos obligaba a improvisar bailes ante la sola luz de un triste fuego, o nos hacía recorrer toda la pista con grandes saltos y piruetas, giros rápidos, explosivos, enérgicos. Nos mirábamos y sabíamos que de allí solo saldría uno.
Llegó el gran momento, el apogeo de la actuación. La música guardó la tensión. Primero él remato con un número perfecto, sin un solo fallo, lleno de dificultad, con pasos espectaculares que dejaron a todos convencidos de que su patrón era el mejor, y de que aquel extraño al que nadie identificaba estaba condenado a perder. La última pirueta fue una declaración de guerra descarada. Pero yo tenía un as en la manga, lo tenía todo preparado, había llegado mi turno. Nos jugábamos el todo por el todo. Alcé la cabeza con orgullo. Iba a ganarme a aquellos malditos diablos como fuera.

Y resulta que no había dado cuatro pasos, cuando dos imbéciles, dos infelices, dos desgraciados se levantan ruidosamente de sus sillas y empiezan a gritar borrachos “¡El jefe, el jefe, pero si es el jefe!”. Entonces todo el mundo se levantó de sus asientos y empezó a vociferar, pero nada, vosotros continuasteis gritando, que es que parece que sois tontos. ¿Pero no visteis lo mal que se esta poniendo la cosa, que todos empezaban a agarrar objetos? ¡Mirad los moratones que tengo ahora por toda la cara! Y es que es normal, no se lo reprocho: yo soy uno de ellos y me entero de que semejante eminencia ha bajado hasta aquí para hundirse en un pozo de pecado, con el único objetivo de participar en un estúpido concurso…Será mi fin. Ya no tengo autoridad ninguna… ¡Pensad qué dirán por ahí arriba! Esto será la gota que colma el vaso: todos se volverán en mi contra, los más insurrectos aprovecharan la ocasión para destrozarlo todo…Oh, cómo he podido caer tan bajo. Es una vergüenza, una vergüenza que yo haya tenido que lloriquearle una tila al mismísimo diablo porque no llevaba ni una moneda encima. De repente se me ha venido encima la crisis nerviosa, y la ansiedad, y entonces se me ha bajado la autoestima ha niveles subterráneos, y ya sé que el médico dijo que no debía beber cuando estoy así, pero por mí los médicos se pueden ir a la mierda, no los necesito.

                                                 PUNTO FINAL


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