El tema del mes era: "Te hemos pillado. Ahora cuéntanos en qué y por qué". No está mal, ¿eh? Es un buen ejercicio de imaginación y creatividad. Después de buscar una linda semanita la inspiración, me basé en "El infierno en dos actos", un relato a dos plumas que escribí con una buena amiga hace ya dos años. Desarrollé un poco mucho más la idea. Y salió esto. Consejo: si después de leerlo no conseguís leer entre líneas, pedid ayuda o pensad un rato. Cuando encajéis las piezas, os recomiendo que lo volváis a leer. Apreciaréis mejor todos los detalles. No hay nada dejado al azar. Y ya no necesitáis que os diga nada más. Una recomendación. El relato tiene ambiente de jazz; escuchadlo con este tema: "Sing, sing, sing" o el clásico charlestón al que aludo. By Carmen:D
FIEBRE
DE DOMINGO NOCHE
Hagan el favor de no mirarme así,
que parece que acaban de llegar a las puertas del Cielo aún. Quiten ahora mismo
esa cara de sorpresa. Debería darles vergüenza de vuestras débiles almas
pecadoras. ¿Qué hacían ustedes dos aquí, si se puede saber? ¿Desde cuando mis
afamados empleados se dedican a pasar sus turnos libres en burdeles, además
borrachos? ¿Y quienes eran esas dos señoritas que estaban con vosotros? Porque
eso no lo saben arriba vuestras mujeres, ¿verdad? No, no, de cambiar de tema yo
nada, eso es algo que quiero que me aclaren. Esto no quedará así Fernández,
vaya que no, esto tendrá consecuencias en su carrera, no lo dude. Si se cree
que después de este agravio voy a ascenderle es usted más tonto de lo que me
pareció el primer día. Ustedes dos han provocado mi cólera y con razón, pero
como todo el mundo sabe, soy más bien de carácter misericordioso. Y usted,
González…usted que es tan sereno, tan impecable, tan razonable…¿no se ha dado
cuenta de la humillación en la que me ha metido? ¿No ve en que situación me
hallo ahora? Miren, miren: asómense al otro lado de la sala. ¿Ven todas esas
miradas? Están esperando a que salga de aquí para ajusticiarme, se reirán de mí,
pisotearán mis principios, mancharán mi nombre, serán mi perdición. Y lo peor
de todo es que, en el fondo, por mucho que lo vaya a negar, tendrán razón.
Ustedes saben que soy viejo. Que
ya no estoy para estos trotes, para estas aventuras…pero me hacía tanta
ilusión. Además, ¿ante quién tengo que responder yo de mis actos? ¡Ante nadie!
¡No hay nadie con derecho a juzgarme, nadie puede decirme qué tengo que hacer!
Ja, sino muy mal tenía yo esto montado. Solo me faltaba una insurrección. Ay,
hijos míos, si supieras todo lo que me debéis. No, ahora no me ponga esa mueca
de reproche, Fernández. Que se muy bien las que usted se gastó cuando estaba
vivito y coleando, que usted entró en el puesto por todas las plegarias de su
abnegada tía. Madre, que pesada era la señora, disculpe que se lo diga. Normal
que tuviera usted ese asco por las mujeres, pero tampoco es para pagarlo con su
esposa. En fin, que usted siempre estuvo a un paso de acabar entre esa gente
que ahí ve, si esos mismos. Y aún es posible. Así que míreme bien a los ojos:
quiero su completa colaboración para salir de la situación con la mayor
decencia posible, no toleraré sobornos ni chantajes, ni un solo gesto de
desobediencia, ni una sola palabra en mi contra. Y, por supuesto, de este
desgraciado acontecimiento no se enterará nadie arriba. ¿Entienden lo que es
nadie? Como oiga un solo murmullo, os juro malditos bastardos que pagaréis con
algo más que vuestras alas esos gritos que me delataron. Si es que a quién se
le ocurre, almas de cántaro. Uno cuando ve a su patrón en una situación
comprometida no monta tanto revuelo y se pone a gritar y señalar como un loco;
uno lo que hace es quedarse bien calladito y procurar no dañar su reputación, y
entonces otro gallo os cantaría. Callen, callen, no me digan nada porque cada vez
que lo recuerdo me pongo malo. Iba a ganar, lo tenía todo, todo, ya podía
saborear la victoria…
Ah, ustedes no saben la
dedicación y el cuidado con que lo había preparado todo. No, claro, que van a
saber, si nunca han tenido ambiciones. Pero, déjenme que les cuente, déjenme
contar a alguien, ya que estamos aquí en petit-comité, y esto, como quien dice,
se lo van a llevar también a la tumba. La pasión, la pasión de mi vida desde
que fui niño: el baile. Por mucho que les hayan podido decir en la oficina,
sabed de buen seguro que no hay otra cosa que me atraiga y me fascine más. En
mis días de juventud puse buen empeño en esa tarea, pero ya ven que al final mi
destino me ha llamado por otro camino. Uno nunca tiene lo que en realidad
quiere: bailar, bailar sin descanso toda la noche entre luces y sombras,
derrochar felicidad y sentirse como levitando, volando libre. ¿Y qué he
conseguido de todo eso? ¡Tan solo una cosa! No lo duden más, ese trauma ha
frustrado mi carrera profesional desde niño, muchos especialistas de los que
por allí tenemos me lo han dicho. Pásenme esa otra botella de ahí, ¿quieren?
Muy amables. Ah, que vida más perra.
Las inscripciones para el
concurso salieron hace meses. Apuntarse fue demasiado sencillo, con un nombre
falso, claro. De todas formas, ya me ven lo que he cambiado, ustedes mismo han
tardado mucho en reconocerme. Y eso es porque me ven todos los días en el
trabajo. Pero, créanme, él si que me ha reconocido.¡Oh, por supuesto, el
señorito experto en la mentira está lo bastante acostumbrado como para
reconocer a su viejo compañero de juegos! Maldita sea, ya me empezaría a
preocupar si no reconociera a el que le encerró aquí. Aunque ya ven, miren
esto, parece que le ha sacado partido. Un poco sucio, a estos muebles se les
puede sacar algo de brillo y el olor a azufre molesta un poco al principio,
pero no me digan que el ambiente está mal. No, nada mal.
Pero a lo que íbamos. Practiqué
todos los días. Ustedes no lo saben, pero en la finca de recreo tengo instalada
una salita muy práctica para bailar, amplia y despejada. Los mejores bailarines
del mundo entero desfilaron todas las tardes por mi casa a cambio de unos
cuantos favores. Para motivarme veía una y otra vez, en la sala de
proyecciones, “Billy Elliot”. Es mi película favorita, ¿saben? Les prometo que
sudé todos los días de tal forma que la enorme barriga con la que siempre me
vieron y que hoy me falta la borré solo a base de pasos de baile. ¡Estas
últimas semanas he tenido que ir a trabajar con cojines debajo de la túnica
para que no se me notara! Si supieran lo que me he reído yo solo en los
baños…Perfeccioné todos los estilos de baile porque debía de estar preparado
para cualquier cosa, aunque sabía que la batalla definitiva era el concurso de
charlestón. El día antes, al verme un tanto rejuvenecido por el ejercicio
físico, me dio un ramalazo de inspiración divina y decidí ponerme en
condiciones de presentarme en sociedad por primera vez desde hace tanto tiempo.
Me di un buen afeitado, que, maldita sea, ya no recordaba ni como afeitarme,
¿se lo pueden creer? Y, en un subidón de autoestima al verme tan bien sin la
barba, corté también esas greñas del pelo, y lo teñí de aquel dorado cobrizo
que era la envidia de todos en mis años jóvenes. El cambio fue tal y quedé tan
contento con mi nueva imagen, que incluso me planteé dejarme ver así por ahí
arriba, a ver que opinaba el personal. Igual me dicen que es pura soberbia,
pero estoy del todo seguro de que volvería locas a muchas.
Un sorbito más y ahora continuo.
Con el baile ya queriendo salir de mis pies, desempaqueté este viejo traje,
pero que no ha perdido un ápice de elegancia. No me digan que no me queda bien.
Al principio pensé que con la chaqueta en blanco iba a parecer Humphrey Bogart
en Casablanca en rubio, pero qué quieren que les diga, soy incapaz de moverme
por el mundo sin algo de color blanco puro. Si no sería muy vulgar, ¿no les
parece? Sé lo que estarán pensando. ¿Quién es este borracho que tenemos
delante, una mala copia de nuestro admirado jefe después de un tratamiento de
belleza y unas cuantas copas?
Pues ya no estoy muy seguro, la
verdad. Hace dos horas, cuando entré en este burdel yo tan solo era el joven
con ganas de divertirse, bailar y triunfar que siempre llevé dentro oculto.
Cuando esas enormes puertas carcomidas se abrieron, cuando esas repugnantes
gárgolas me franquearon el paso a esta prisión para los pecadores, cuando esos
diablillos vestidos de camareros me condujeron por los infinitos laberintos de
este mundo…Me avergüenzo de mi mismo, pero me sentí como en mi propia casa. Ah,
muchachos, tendrían que haber visto el esplendor que desprendía los grandes
salones, con sus paredes y techos en rojo escarlata, su luminosidad mortecina,
solo alimentada por esos pequeños fuegos instalados en las esquinas de las paredes;
el ambiente cargado de humo con un fuerte aroma a azufre y otras cosas que no
digo, que subía hasta hacer una gran nube en el techo. Las grandes pistas de
baile que llenaban casi todas las salas, repletas de bailarines que quemaban
los despojos de su cuerpo bailando como poseídos por una fuerza mayor, un
impulso al que cedían con ganas. ¡Y las chicas! Vaya chicas que tenían
allí…Nada que ver con esas tan sosas que tenemos arriba, tan frías, como si
fueran unas estatuas sin piedad. No, aquí son todas pedazos de carne que no
deja de vibrar a cada giro y salto que dan en la pista de baile. No te negarán
nunca una sonrisa cálida ni un rato divertido. Al fin y al cabo, aquí ya no
tienen nada que perder. Aquí sus vestidos son ceñidos y algo escasos de longitud, que se pegan a su
cuerpo como una segunda piel; y no esos largos vestidos tan voluminosos,
espumosos diría yo, que apenas las dejan moverse por los salones de arriba.
Compañeros míos, si de algo estoy convencido después de esta sugerente
experiencia es que unas cuantas cosas van a cambiar por ahí arriba. Se acabó de
tanta etiqueta y tanto remilgo, que nos hemos quedado anclados en la moda de
las pelucas empolvadas. Que se vistan como a ellas les dé la gana, y todos
contentos.
Miren camaradas, yo no sé qué
hice mal al elegir aquel sitio como lugar de tortura y sufrimiento, porque allí
no había cara en la que no se viera sonrisa. Que sí, que estaban todos hasta
arriba de pecado, de actos malos e impuros, de depravación, de vicios…¡Pero se
lo pasaban de bien! Nada les preocupaba, a esos infelices no les preocupaba
nada de lo que pudiera pasar al día siguiente, porque ese día y todos los demás
irían a dar con sus huesos en ese antro para siempre, a seguir viviendo en una
continua orgía. Menuda condena.
El caso. Que se me va el santo al
cielo…A ver, que sigo. Nada más que llegué, él vino a recibirme con dos
preciosas morenas cogidas por la cintura. Qué bien ser conservaba el muy
cabrito. No aparentaba más de treinta, y eso como mucho. Y eso que es tan viejo
como yo. Pero, claro, lo suyo es natural, a mi me costó sangre, sudor y
lágrimas bajar unos cuantos quilos. Llevaba un esmoquin negro reluciente, que
parecía reflejar como un espejo mi cara. Pantalones negros, zapatos negros,
chaleco negro, camisa negra y una perilla negra también que le daba un aspecto
de bohemio con mucho sentido del humor. Para que negarlo amigos, era más guapo
que yo. Tenía una especie de áurea magnética que atraía a todo el mundo hacía
él, los chistes que contaba eran los mejores, su compañía la más solicitada,
siempre invitaba a unas copas a sus huéspedes, a los que nunca les faltaba de
nada, y era considerado por ellos como un filósofo carismático con la frase
exacta para el momento exacto. Lo tenía todo. Y yo solo tenía el pelo teñido y
unos botines blancos. Pero no penséis que vuestro jefe, jefazo más bien, se
dejó amilanar por semejantes condiciones de desventaja. ¡Para nada! Me repetí
mentalmente las tres efes (fuerza, fama y fortuna) y decidí enfrentarme al
toro.
Me dedicó su mejor sonrisa, su
sonrisa de triunfador y sin decir una sola palabra más los dos nos dirigimos a
la pista de baile que se acaba de vaciar. A nuestro alrededor la fiesta se
detuvo y los rostros se giraron. La bebida dejó de llenar las copas por un
momento y las risas se ahogaron como mejor pudieron. El humo no dejaba ver muy
bien, el calor de las hogueras quemaba la piel y se podía sentir el aire
cargado de respiraciones. De repente la música estalló como el pistoletazo de
salida y los dos nos agarramos a la melodía de las notas con habilidad. Cada
uno por su lado, empezamos a claquetear y repiquetear los pies hasta hacer una
sinfonía paralela a las de las notas; luego el ritmo y la velocidad crecieron y
comenzamos a conquistar la pista. Parecía que sus pies volaban, apenas tocaban
el suelo, se movían con una maestría y agilidad de quien tiene un don natural
para ello. Yo tampoco me quedaba atrás, era hábil en los saltos y coordinaba
bien el cuerpo. Continuamos así durante minutos eternos en los que la música decaía
y se volvía más intensa, nos obligaba a improvisar bailes ante la sola luz de
un triste fuego, o nos hacía recorrer toda la pista con grandes saltos y
piruetas, giros rápidos, explosivos, enérgicos. Nos mirábamos y sabíamos que de
allí solo saldría uno.
Llegó el gran momento, el apogeo
de la actuación. La música guardó la tensión. Primero él remato con un número
perfecto, sin un solo fallo, lleno de dificultad, con pasos espectaculares que
dejaron a todos convencidos de que su patrón era el mejor, y de que aquel
extraño al que nadie identificaba estaba condenado a perder. La última pirueta
fue una declaración de guerra descarada. Pero yo tenía un as en la manga, lo
tenía todo preparado, había llegado mi turno. Nos jugábamos el todo por el
todo. Alcé la cabeza con orgullo. Iba a ganarme a aquellos malditos diablos
como fuera.
Y resulta que no había dado
cuatro pasos, cuando dos imbéciles, dos infelices, dos desgraciados se levantan
ruidosamente de sus sillas y empiezan a gritar borrachos “¡El jefe, el jefe,
pero si es el jefe!”. Entonces todo el mundo se levantó de sus asientos y
empezó a vociferar, pero nada, vosotros continuasteis gritando, que es que
parece que sois tontos. ¿Pero no visteis lo mal que se esta poniendo la cosa,
que todos empezaban a agarrar objetos? ¡Mirad los moratones que tengo ahora por
toda la cara! Y es que es normal, no se lo reprocho: yo soy uno de ellos y me
entero de que semejante eminencia ha bajado hasta aquí para hundirse en un pozo
de pecado, con el único objetivo de participar en un estúpido concurso…Será mi
fin. Ya no tengo autoridad ninguna… ¡Pensad qué dirán por ahí arriba! Esto será
la gota que colma el vaso: todos se volverán en mi contra, los más insurrectos
aprovecharan la ocasión para destrozarlo todo…Oh, cómo he podido caer tan bajo.
Es una vergüenza, una vergüenza que yo haya tenido que lloriquearle una tila al
mismísimo diablo porque no llevaba ni una moneda encima. De repente se me ha
venido encima la crisis nerviosa, y la ansiedad, y entonces se me ha bajado la
autoestima ha niveles subterráneos, y ya sé que el médico dijo que no debía
beber cuando estoy así, pero por mí los médicos se pueden ir a la mierda, no
los necesito.
PUNTO FINAL
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