Hola queridos/as lectores!!! Hoy, muy malvadamente por mi parte, os voy a dejar a pan y agua. Solo tengo para daros mi relato de la 4ºsesión de Cartapacio, del viernes pasado. El tema: asesinato en el Padre Isla. He decidido pasar de la más que suculenta opción de poner nombres reales, opción permitida esta sesión, para sustituir por seudónimos. Relato ficticio del todo que estaría muy interesante que pasara de verdad, he intentado que tenga bastante tinte negro, aunque no he conseguido hacerme pasar por Philip Marlowe, con la ilusión que me hacía. Se nota bastante que soy yo quién....no, spoliers no, querida Carmencita. Le he dado muchas vueltas a si quitar o no los tacos que me ayudaban a ambientarlo en el ¿relato negro? y el instituto, y al final he decidido hacer una excepción y dejarlos. No sé, es que si uso el truco de sustituirlo por imprecaciones en castellano antiguo no da el pego. Así que correctos adultos, no se piensen que hablo vulgarmente hasta cuando escribo.
Bueno, a cambio os dejo con una jugosa noticia: en breve y si nadie nos lo impide, tendréis la reseña cinematográfica de "El Club de los Poetas Muertos", esa película que todo el mundo ha visto menos la gente de Cartapacio. Y eso se tenía que acabar, no? Pues nada, habrá que saber la historia de nuestros primos XD. By Carmen:D
Crimen desperfecto.
<<Joder, tío, qué
chungo>> Y después Sergio salió corriendo pasillo adelante, hasta que él
y sus frenéticos joderes llegaron a Jefatura de Estudios. Si os sorprende tanto
como a mi que esta historia comience con un personaje al que nadie conoce, sin
relevancia ninguna; entonces os sugiero que penséis que igual de sorprendido
debía de estar Sergio cuando vio el cuerpo
de Daniel allí, retorcido en el suelo y con la cabeza asquerosamente deformada. Medio
pelo lo tenía teñido de rojo, de sangre seca, la misma sangre con la que en el
suelo se había escrito: “Vete con los terroristas”, y un símbolo complejo de
describir, es especial porque nadie recordaba haberlo visto nunca. Si queréis
saber científicamente cómo estaba aquel cuerpo en descomposición yo no soy la
más indicada, solo os puedo decir que Nadia se desmayó al ver la cabeza de
Daniel reducida a un plancha escarbada de unos cuantos centímetros.
Cuando la increíble capacidad de
argumentación de Sergio le permitió explicar el tema del fiambre, prácticamente
ya estaba aquí la bofia. Y no sé por qué lo digo así, “la bofia”, cuando
debería de decir “ya estaba aquí mi padre”. Porque, querida gente de
Cartapacio, ya os adelanto que esta es una historia real, donde yo soy yo y
cada uno es cada cual.

Aquella mañana no hicimos nada.
Era asesinato, concluyeron muy acertadamente a las once, y nosotros rumiamos la
noticia con ganas hasta las dos y media. No penséis que éramos lindos
corderitos conmocionados por la muerte de uno de sus compañeros (para ser más
exactos, mi compañero de pupitre). En realidad ya estábamos envenenados de
cuchichear y hacer tómbolas sobre la identidad del asesino, que por supuesto
debía de ser algún adolescente, alguno de esos amigos de Daniel, de aquel
instituto para pijos, todos muy chulos y con dinero de sobra para pagarse el
capricho que quisieran. Una historia trágica, una detención escandalosa para
los medios, un juicio rápido, llantos de las dos familias, alguna novia
desesperada tal vez, un reportaje sobre la crueldad de la vida en la juventud y
ale, a seguir. Nadie daba un céntimo porque la solución fuera otra, nadie
conocía otra causa posible…y, sin embargo, era obvio que aquel asunto tenía
algo que lo hacía complicado y sin sentido. La puerta se desatornilló en el
momento justo, exactamente cuando Daniel estaba de espaldas a ella. El cráneo
y la nuca quedaron destrozados; ni siquiera él tuvo tiempo de ver quién era el
cabrón que lo mataba. Luego estaba la firma con la inquietante frase; y aquellas
Vans, aquellas machacadas zapatillas que habían quitado de sus pies para
dejarlas en la repisa de la ventana abierta, como si alguien invisible
estuviera apunto de saltar al vacío del patio…o ascender al cielo.
En el instituto las hipótesis me
asaltaban a cada paso y en casa el asunto dio unas conversaciones
extraordinariamente largas en las comidas. Tuve que decir hasta qué marca
fumaba cada compañero. Mi padre, el señor inspector, tienen sus métodos. A mi
madre, pese a estar en la
Científica, le va más lo psicológico. A mis hermanos, la
acción, las persecuciones por el Madrid nocturno y los tiros. ¿Veis? Como no
quieren que tenga debilidad por los asesinatos si en mi casa son como los
pequeños placeres compartidos? Pero es cierto, mi afición era algo público. La
novela policíaca no tiene secretos para mi, y escribir relatos donde los
asesinatos y los suicidios eran muy usuales es un pasatiempo que me hace muy
feliz. ¿Acaso hay algo mejor que pasar una buena clase pensando en un
intrincado asesinato o buscando indicios criminales en el profesor? Todo el
mundo lo sabía. Esa fue la conclusión a la que llegué ayer por la tarde, cuando
por última vez mi padre se puso a darle vueltas a lo que ya era el asesinato
perfecto. Pocos sospechosos y con coartada, ningún móvil. Lo único relevante
que había en la vida de Daniel, a parte de algo de desmadre incontrolado los
viernes por la noche, era esa sonrisa inocente que nos volvía locas a todas.
Todo el mundo lo sabía. Y, por
primera vez, empecé a recordar. Era la tarde más apropiada para pasarla
haciendo un trabajo de Geografía. Llovía. Estaba en su casa, en casa del chico
aquel, con ojos de lechuza. Estrellados, de un color pálido pero intenso
comparado con el gris de la habitación y el exterior. Llevábamos dos horas sin
levantar los ojos del ordenador, con los condenados sectores de la economía en
la retina. Ya era hora de un descanso, y me dejé caer como un peso muerto en el
sofá. Era muy cómodo, todo lleno de motivos abstractos, donde no se distinguía
ninguna forma clara. Encendí la televisión pulsando un botón cualquiera del
mando. Sonaba un saxofón, muy pedante y glamuroso, que acompañaba de miedo a la
lluvia.
El chico de los ojos de lechuza
trajo dos vasos llenos de Coca-Cola. Adoro la Coca-Cola por encima de la Fanta y el agua, así que no
le hice ningún asco. Maldita sea, que claro lo veo ahora todo. Seré imbécil. Sabía extraña, con una pizca
ácida al final. Casi dulzona, más bien. “¿Es Coca-Cola de cereza, de la que
venden en Francia? Sabe muy bien. Yo me traje una botella del viaje, ¿y tú?”.
Coca-Cola de cereza. Seguro. Era droga, así que ya podéis decir por ahí a decir
a qué sabe la Coca-Cola
de cereza. Me la tomé toda y en dos minutos veía un equipo de natación
sincronizada bailando un tango en los motivos abstractos de sofá. Ahora que lo
pienso, incluso me recuerda a la firma del crimen.
Empezamos a charlar. Primero
superfluamente, pero luego me sorprendió con un “¿A quién matarías de la
clase?”. Lo consideré un halago a mi afición y me tomé mi tiempo para
responder, o para conseguir decir algo coherente. Yo reía en un susurro, pero
casi histéricamente. En fin, risa tonta. Por una ridícula casualidad, me decidí
por Daniel. No me preguntó la razón, pero se la dije de todas formas: “No
aguanto que me rompa los bolígrafos.” Me dijo que estaba de acuerdo conmigo,
que también mataría a Daniel pero por motivos más sustanciales. Luego vino un
“¿Y cómo le matarías?”. Di varias vueltas en el sofá hasta que me sentí cómoda,
pero luego me levanté de pronto y empecé a recorrer la habitación en círculos.
Desgraciadamente, le contesté “Con algo que no se esperase nadie, algo sin
sentido. La forma, directa, sin rodeos pero estremecedora, ¿qué tal un golpe de
una puerta?; y dejaría pruebas, suficientes pruebas como para despistar y
confundir a todos. No sé, por ejemplo alguna frase inútil, como…”Vete con los
terroristas”, y algo simbólico…tal vez sus zapatillas colgando de una ventana.
Y el asunto se zanjó sin más
preguntas ni reveladoras respuestas, porque perdí el conocimiento después de
dar vueltas por toda la sala. Cuando desperté, el chico de ojos de lechuza me
dijo, con mucho tacto, que me había quedado dormida y que era ya un poco tarde.
Yo me fui a casa sin acordarme ni de los sectores económicos y todos tan contentos.
Vosotros, al igual que yo ayer
por la tarde, debéis de tener ahora esa sensación en el paladar de que algo se
os escapa, algo como un mal presentimiento. En efecto, hacéis bien. Si el
asesinato misterioso era exactamente como lo había descrito yo en aquella
lluviosa tarde, y en aquella lluviosa tarde solo había una persona más que oyó
cómo mataría a Daniel…Es muy obvio que todas las papeletas para joven asesino
se las lleva el chico de los ojos de lechuza. Eso ya me estremeció bastante,
pero además empecé a sentir como si yo también hubiera matado a Daniel. Sí, yo
también lo he matado. Todo ha sido hecho tal y como yo lo pedí, como para
complacerme. No sé qué puede razones puede tener el chico de los ojos de
lechuza contra Daniel, pero me parece una broma terrible que me haya
implicado…Tal vez, si yo no le hubiera dicho nada, se hubiera quedado en un
simple odio…Yo también lo he matado, soy el cerebro que movió la mano. Mierda,
también soy la hija del inspector.
Inspector que ahora mismo está componiéndoselas
como buenamente pueda, con mucha pompa y teléfono pinchado; mientras que yo ya
sé quién es el asesino. Y, para acabar con los escalofríos, lo último que me
estremeció fue que yo soy la única que conoce la identidad del asesino, pero
claro, el que mata a un chaval aparentemente inocente también puede matar a
alguien que sabe demasiado…Y quién me dice a mi que ese infeliz, ese al que
tengo todos los días a unos metros, ese que supuso que yo no recordaría nada de
aquella siestecilla, ese al que todos conocen con solo nombrar el apellido, en
fin, ese que hace diez minutos que me he dado cuenta que está en la calle,
esperando a que salga de casa para ir a este Club de Escritura. ¿Será con
navaja, palos o me ahogará con una cuerda? Da igual, tengo que salir, os
llevaré esta confesión improvisada, diré a todos quien ha sido el asesino de
Daniel. Si ahora mismo soy yo quién está leyendo esto, habrá un asesino suelto
menos en este mundo. Espero que no sea yo quien haya de ocupar su puesto…
PUNTO FINAL