domingo, 5 de mayo de 2013

En el nombre de los brackets.

Hola queridos/as lectores/as!!! He estado pensando un buen rato, en una de las seis veces que recorro mi calle todo los días, acerca de esos despiadados hierros que tanto les gusta a los dentistas poner en nuestras aparentemente impolutas bocas. Tal cual. Hoy, amigos/as mios, hablaremos de los brackets.

De entrantes tenemos mi largo historial de nueve años luciendo los más variopintos aparatos dentales. Porque, antes, apenas había niños y jóvenes con aparatos. Sí, sí, como os lo cuento. De los dientes solo se encargaba el Ratoncito Pérez, y eramos todos unos fieles adeptos a la Iglesia de las Santas Gominolas. De los chicles ya ni os cuento. Bueno, pues yo llevé aparatos desde que tengo memoria, y por consecuencia, yo no probé cómo sabe una gominola o un chicle hasta hace un año y poco más. Venga, no os cortéis, decídmelo a la cara: "No tienes infancia". No seréis los primeros. Al principio contaba los chicles que comía, con una solemnidad muy extraña para los demás ("¡Oh, mira, este chicle de melocotón es mi sexto chicle en toda la vida! ¿No tiemblas tú también de ilusión?). Ahora, para compensar esa primordial carencia en mi ADN soy una gran consumidora de chicles. Mis favoritos: los de canela picante. Muy seguramente, gasto más cajitas de chicles al año que libros que leo. Aquí tienen los resultados de sus antinaturales experimentos, señores dentistas: despojen a una niña de los chicles durante su infancia y la condenaran de por vida a la manía masticadora más atroz.

La guinda de mi tarta de hierros fueron, como no, los brackets. Después de los sencillos aros en el paladar, los hierros con formas de triangulitos, los hierros enrollados y demás milagros de la mecánica, llegaron los brackets. Ni el hijo del dentista llevaba brackets por entonces, repito. ¿Vosotros sabéis lo que duele que te pongan eso? Sí, obviamente lo sabéis porque me apuesto la paga a que la mayoría de vosotros estáis leyendo esto mientras frotáis la lengua contra vuestros brackets, dudando si continuar leyendo o mandarme ya a poner brackets.
El pegamento. Si, ese pegamento que te dicen que no toques con la lengua, y sin embargo cuando sales de la consulta tienes la lengua entera con sabor a limón podrido, ácido. Y ver cuatro, a veces cinco, caras con mascarillas, gorros y espeluznantes objetos puntiagudos en sus manos, a tu alrededor....Es como si te van a operar y se olvidan de dormirte. Pero, es que además, es como si te estuvieran operando extraterrestres. ¿Que por qué? Lo llaman jerga profesional, pero yo estoy convencida de que es un lenguaje en clave y que en realidad no están hablando de tus dientes, si no del partido del Madrid. Fijo. Y si vosotros/as entendéis lo que dicen los dentistas, estáis predestinados a hacer la carrera de Higiene Dental.

Las gomitas de colores.
Y después de las radiografías, los moldes asquerosos con un sospechoso líquido verde (¡cuántas veces no habré vomitado encima de la dentista la lechuga de la comida! Qué recuerdos...) y la colocación, vienen las gomitas. Ya sabéis, esas gomitas que te ponen encima del bracket, cuya única función aparente es demostrar al mundo que tú llevas, en efecto, esos hierros. Ahora, salid a la calle, buscad a los enbrackeados de turno, y comprobar el color de sus gomitas. ¡SON GRISES! Grises, o transparentes, para que no se noten, para no tener que bajar la vista y decir "Mm, sí son unos brackets". NO. Me niego. Yo jamás los llevé grises, ni transparentes, ni nada. Los brackets son el cuadro de tu boca, tienes que prestarle atención, tenerle cariño, los colores de tus dientes tienen que decir algo. Yo pasaba quince minutos como poco en la consulta, mirando gomas, combinando colores y eligiendo. ¿Que invierno? Pues toda la gama de azules. ¿Que llegaba la primavera? Vivan los verdes, naranjas y amarillos. Para celebrar las vacaciones, pedía uno de cada color. Creo que tenemos 36 dientes o por ahí, no? Bueno, pues 36 colores. Ni Van Gogh pintaba mejor mi sonrisa.
Y si, para algún día especial, quería algún color que combinara con la camiseta, lo único que tenía que hacer era teñirlo de la manera más natural posible. Tomad nota: para teñir los brackets durante una tarde, hay que tomar un granizado o helado de hielo del color que quieras tener los brackets (rojo-cereza, verde-lima, azul-piña, naranja-tropical).



Apenas hay unas cuantas cosas en este mundo que me hacen más feliz que sonreír a todos por la calle con unos dientes como si fueran una paleta de colores. Mis dientes ya son una leyenda. Además, en caso de clases aburridas, siempre podía sacar de la mochila unas barritas de imán y ponerlas en los brackets. El imán se quedaba pegado, como si fueran unos colmillos de vampiro descomunales. Cachondeo asegurado.
Y un día, un maldito día, adiós a los brackets. Adiós a las gomas, a las sonrisas de colores, adiós. La última vez que vi a mis brackets era junio y sería mi primer verano sin celebración multicolor. La boca me parecía rara. Les dije a las dentistas que no me hacía ni pizca de gracia que me los quitaran, y que los echaría francamente de menos. No me pusieron la camisa de fuerza porque lo mío no era locura peligrosa. Pero me confesaron que era la primera de cientos, miles de chavales de todos los del instituto y ciudad que vamos al misma consulta, que no quería que se los quitaran. Casi que ponen una plaquita dorada en mi honor a la entrada. Y desde entonces, procuro desobedecer todo lo que pueda las sencillas instrucciones para tener unos dientes relucientes, de anuncio, y homogéneamente blancos, con esperanza de volver a los brackets.

Ahora, con solo un bonito recuerdo de tantos años, me entristezco bastante al decirme "Ostras, pero si este/a también lleva brackets. ¿Y desde cuándo? No me había dado cuenta, como no se ven...". ¡En el nombre de los brackets, queridos/as lectores/as: salgan a la calle, caminen con paso firme, sonrían a todos, conocidos y por conocer, vayan a la consulta y encuentren su color, su combinación, y llévenla con orgullo, como tarjeta de presentación. Sonrían a todos y descubran que se sonríe con los ojos.
By Carmen:D

3 comentarios:

  1. hola Carmen:) llevo brackets (o aparato) desde hace unos meses y ya les empiezo a coger cariño...pero todavía me quedan dos largos años si nada se complica y seguramente que me haya puesto todos los colores de gomas habidas y por haber, posiblemente los eche de menos pero hay momentos q son mejores sin brackets... además, duele cada vez que te los aprietan y sería muy chulo experimentar la nueva sensación de pasar un mes entero sin dolor bucal...
    gracias por compartir tu experiencia con todos y quiero que sepas que me ha encantado leer esto, que sepas que a mi también me encantan las gomas a todo color y de los colores más estridentes incluso en invierno!!! la sonrisa parece más alegre
    un saludo y un gran abrazo:)

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    1. Pues muy de acuerdo con tu opinión, y valor, que unos años se pasan más rápido que unos meses. No fueron ni uno ni dos los pollos que yo monté en casa por no poder comer a causa del dolor...Y algo aún me queda, porque no me he desecho del todo de los aparatos, qué le vamos a hacer!
      Gracias por comentar ^^D

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  2. Hola, me parece muy bien lo que has escrito porque yo ya muero de ansias de que me pongan los brackets y me gusta que compartas con nosotros tu esperiencia :D besos y un saludo :) .

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